15-06-07

Sobre la profesión docente


“...Profesor, esto habla muy mal de su profesionalismo...Debemos hacerlo, somos profesionales... Aquí hay profesores que no están actuando con profesionalismo...”

¿Cuántas veces ha escuchado que apelan a su profesionalismo? Sin duda, muchas. Pero, ¿está claro a qué se refieren? Lo único claro es que en la medida en que se reitera, casi majaderamente, una expresión como esta, lo más probable es que no signifique nada. El uso y más bien el abuso del eslogan termina por desgastarlo y tornarlo hueco. Sin embargo, suena como si se tratara de algo cargado de contenido, y es que busca inhibir la discusión. Son expresiones “santas”, están cubiertas por un manto sagrado indiscutible (todos queremos actuar profesionalmente).


El uso de este tipo de expresiones "santas" inmoviliza y es una buena herramienta cuando se quiere legitimar el punto de vista sin discutirlo. Son un recurso de poder que utiliza el que tiene el control de la palabra.
Lo sano será desconfiar de quien apele a nuestro profesionalismo sin explicar a qué se refiere con ello. Sin embargo, no podemos correr el riesgo de olvidarnos de este manoseado concepto, pues puede significar renunciar al reconocimiento que como expertos en nuestro en nuestro oficio nos merecemos. Por tanto, se requiere que todas las partes reflexinemos sobre la profesión docente. Quién hable de profesional tendrá que precisar qué entiende como tal.
Rechazo de plano la concepción del profesor como profesional técnico, pues nos obliga a asumir la dependencia respecto del conocimiento y de las finalidades a que éste se dirige. El profesor no debe ser un simple reproductor de ideas ajenas tras objetivos que no le pertenecen, esto nos imposibilita resolver lo imprevisible.
Tampoco me convence la concepción del profesor como profesional reflexivo, pues no me parece que la reflexión docente nos asegure una enseñanza más igualitaria. Los profesores formamos parte de esta sociedad injusta y, por tanto, la reflexión en este contexto nos puede llevara exigencias injustas.
Me inclino más por la concepción del profesor como intelectual crítico. Profesionales dedicados a construir una enseñanza dirigida a la formación de ciudadanos críticos y activos. Los establecimientos educacionales convertidos en lugares donde se aprende a ser actor social y se construye la libertad individual. La educación para la transformación social, sí, eso dije: transformación social, porque en algún momento olvidamos ese objetivo. Los profesores éramos los profesionales de la quimera, los que sembrábamos en el corazón de los niños la esperanza de un mundo mejor. Los profesores éramos respetados y admirados, si alguien se pregunta : por qué ya no lo somos, la respuesta puede estar en lo que ya no hacemos: enseñar a los niños y jóvenes que el mundo no sólo es posible cambiarlo, sino que es necesario. Entonces, no es lejano a nuestra naturaleza plantear la necesidad de actuar como intelectuales transformadores.
Para ser intelectuales transformadores, y aquí está el reto, se requiere profesores que sepan pensar y actuar críticamente. Nuestro trabajo de capacitación debe apuntar a este objetivo, de poco sirve la capacitación específica si no somos agentes críticos, de poco sirve saber más contenidos, más técnica si no sabemos pensar críticamente, actuar críticamente.
Esta tarea no es fácil, nuestro país vive una escalada de estupidez nunca antes vista, la inteligencia agoniza, muere de desnutrición, la descerebración se observa en los niveles de comprensión no sólo de la lectura, en la farandulización de todo, en el aumento de la morbosidad y el "cahuineo", en el poco interés por los temas relevantes para la vida del hombre y la enorme preocupación por lo que no nos afecta; se observa la decadencia en las estadísticas que indican que los chilenos ya no leemos (respondala siguiente pregunta: sin contar las de libros usados ¿dónde están las librerías en Rancagua?) y cuando se lee no pasa de ser una lectura ligth del libro de moda, generalmente de dudosa calidad literaria; hay más personas viendo programas de farándula que cine de calidad, el poco cine que se ve es efectista y pirateado; para qué hablar de asistir al teatro, Chile cuenta con actores, dramaturgos y compañías de alto nivel, pero es más conocida la Cote López que Ramón Griffero.
Repito, la tarea no es fácil. Los profesores formamos parte de esta sociedad y vivimos también los efectos de este cuadro. Generalmente nos excusamos en la falta de dinero, que si bien nadie puede negar, no es menos cierto que muchas veces lo utilizamos como una excusa: que son muy caros los libros las entradas al cine y al teatro, etc. Es verdad nuestra pobreza económica, pero es peor la pobreza intelectual. La pobreza económica es una realidad histórica de los profesores, pero un profesor con pobreza intelectual es una contradicción vital si aceptamos la concepción del intelectual crítico.



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